Con su andar desgarbado y particular humor, apareció por El
Maitén a finales de los años ’60 como el padre Thomás, auxiliar del histórico cura
Urbano Salort y profesor del Instituto Fray Luis Beltrán, el colegio secundario
creado apenas unos años antes por iniciativa de la propia comunidad.
Pronto, la gente comenzó a asistir masivamente a sus misas,
con sermones donde no escatimaba señalar a los pecadores y hasta propinar un
coscorrón al pibe que no hacía caso a su madre para callarse.
Ladislao Kuthy nació en Budapest (Hungría) el 23 de enero de
1930 y falleció en el pueblo ferroviario el 23 de junio de 2015, donde
“desplegó su vida y enseñanza a partir de dos grandes ámbitos: la iglesia
católica y el colegio secundario”, recordó ayer la profesora Laura Saez en una
publicación a través de las redes sociales que tiene cientos de comentarios de
los vecinos, quienes conocieron al singular sacerdote y guardan en su memoria
cientos de anécdotas, siempre disparatadas.
A los años de residir en El Maitén, Kuthy terminó colgando
los hábitos para casarse con Pía Reales, una monja riojana que terminó siendo
la jefa de enfermería del hospital local y, lejos de ser repudiados, pronto
fueron aceptados y muy queridos por su comunidad.
Sus estudiantes primero y la gente después, comenzaron a
nombrarlo como “el tío”. En realidad, fue él mismo quien se bautizó en los
claustros de la escuela secundaria, ya que mientras era sacerdote le decían
“padre”.
Una de las anécdotas más recordadas por los lugareños se
remonta a la afición para fabricar sus propios destilados alcohólicos (a
partir de la rosa mosqueta, entre otras), en un alambique casero que montó al
fondo de su patio. Al parecer, una tarde, tanto probar la grapa que estaba
elaborando, se quedó dormido. Un par de horas después, todo el barrio se alarmó
con la enorme explosión que produjo el tanque principal, pasado de revoluciones.
Sin embargo, el incidente no postergó sus ganas de seguir con el
emprendimiento.
La premisa “es rescatar para las generaciones futuras las
particularidades y legado de una persona que impactó a muchos por su particular
actitud y enseñanzas, su capacidad de relación con el otro, su generosidad con
el saber y con lo material”, valoró Laura Saez.
Su salida de Hungría estuvo relacionada con las
disposiciones de su congregación de los Capuchinos Conventuales Franciscanos y
“a la situación política y social del país en la Segunda Guerra Mundial y su
entrada en la órbita comunista”. En noches taciturnas recordaba que allí dejó a
su padre (un militar de alto rango), a su madre y a un hermano que se dedicó al
trabajo de campo en una parcela familiar.
Su pasaporte muestra su paso por Alemania e Italia y también
estuvo en Roma, donde entre los años 1956 y 1960 estudió en la Pontificia
Universidad Gregoriana, obteniendo el título de doctor en Filosofía, aunque tuvo
problemas para su diploma como doctor en Teología, por “las diferencias
dogmáticas con la cúpula de la Iglesia Católica”, destacaba.
En El Maitén, “tuvo una prolífica labor como docente, que
finalizó el 1 de agosto de 2014 cuando se jubiló en la escuela 726, con 84
años. Fueron 44 años de labor, donde nunca ejerció cargo directivo alguno
porque no tuvo, ni quiso, una presencia decisoria. Sin embargo, siempre fue una
personalidad reconocida en la institución. Incluso, la biblioteca escolar lleva
su nombre”, valoró Laura Saez.
De igual modo, el Concejo Deliberante designó en 2019 con el
nombre de Ladislao Kuthy a la calle donde está emplazado el colegio.
“Excelente profesor y correcto más alla de los momentos de
chistes y algunos ademanes que solía hacer. Recuerdo en el año 1979, en una de
sus clases, se sacó un zapato y amagó tirarlo porque los compañeros del fondo estaban
charlando. Siempre lo recuerdo con cariño”, escribió Adelina Huincalef.
“Es que el tío Kuthy, en primer lugar, se distinguía por sus
conocimientos amplios. Había aprendido la historia argentina con más detalle
que muchos argentinos; psicología, filosofía, francés y, -lo que menos le
gustaba-, civismo, eran su pasión. Su particular voz, sus gestos y expresiones
constituían sus clases en especiales y para muchos alumnos inolvidables”,
amplió.
“De una ideología tradicional y positivista, se adaptaba sin
dificultad a las charlas de distintos niveles y sin discusiones fuertes exponía
argumentos y defendía sus posturas reconociéndose siempre su origen
académico”, remarcó.
Por años, su medio de locomoción siempre fue una bicicleta.
Más tarde, se compró una furgoneta Wolsvagen para trasladar “a tantos alumnos
como entraran en la caja” y luego una trafic con asientos para hacer más
cómodos los viajes hasta El Hoyo, Epuyén, Lago Puelo para confratenizar con sus
“paisanos” húngaros, checos y rusos, siempre acompañado por algún vodka de
fabricación casera y los infaltables frascos de dulce de frambuesas y grosella
que el mismo matrimonio producía en su lote. (Por Fernando Bonansea).
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