A 170 años de su fallecimiento en Boulogne-sur-Mer, la figura del general José de San Martín cobra cada vez mayor relevancia para los pueblos de América del Sur. No solamente por haber sido su libertador, sino como ejemplo de vida por su austeridad, honradez e integridad en tiempos donde la gente cuestiona cada vez más a su clase política.
Con todo, hay aspectos de su vida poco conocidos, como que fue “un muy buen carpintero y ebanista”; un “eximio jugador de ajedrez”; que “tocaba la guitarra en los campamentos militares” y que “su comida preferida era el asado. Solía morder un pedazo de carne y, como los paisanos, cortaba el sobrante con un cuchillo afilado. ¡Había quienes se maravillaban que no se cortara la nariz! Era muy hábil en comer así”, según refleja su biógrafo Adrián Santos.
Resalta que “su palabra era santa y para sus hombres era ley. Predicaba con el ejemplo, él mismo enseñaba el manejo de cada una de las armas, como lo atestiguan las melladuras del filo de su sable corvo, inigualable instrumento de enseñanza de la esgrima. Y jamás daba una orden a sus subordinados que él mismo no pudiera cumplir”.
Entre sus costumbres, resalta que “no
le gustaba el mate, pero era un apasionado del café. Y como era muy pillo,
conocedor íntimo del alma del soldado, para no desairar a sus muchachos, tomaba
café con calabaza y bombilla”. De igual modo, “conocía mucho de vinos y podía
reconocer su origen con sólo saborearlo”; al tiempo que “era un empedernido
fumador de tabaco negro, que él mismo picaba para luego prepararse sus
cigarros”.
También, San Martín “se remendaba su propia ropa. Era habitual verlo sentado
con aguja e hilo, cosiendo sus botones flojos o remendando un desgarro de su
capote. Usaba sus botas hasta casi dejarlas inservibles. Más de un vez, las mandaba
a algún zapatero remendón para hacerle taco y suela nuevos”.
El Libertador “tenía la costumbre de aparecerse por el rancho y pedirle al
cocinero que le diera de probar la comida que luego comería la tropa. Quería
saber si era buena y allí mismo se servía de parado. Luego de almorzar, dormía
una siesta corta -de no más de una hora-, para luego levantarse y volver al
trabajo”.
En campaña, “era el último en
acostarse después de cerciorarse que todos los puestos de guardia estuviesen
cubiertos y el resto de la tropa descansando. Y para cuando empezaba a clarear
el sol en el horizonte, hacía rato que el general contemplaba el alba”.
Entre otras virtudes del “Santo de la
espada”, además era “muy buen pintor de marinas. Él mismo decía que si no se
hubiera dedicado a la milicia, bien podría haberse ganado la vida pintando
cuadros”, al tiempo que estudió guitarra en España “con uno de los mejores
maestros de su época” y que “hablaba inglés, francés, italiano y obviamente
español, con un pronunciado acento andaluz”.
Carpintero
En su ensayo “La voz del gran jefe”,
Felipe Pigna asegura que José de San Martín “era muy buen carpintero y
ebanista. Esto lo practicó durante su exilio. Fabricaba mueblecitos para las
muñecas de sus nietas, a quienes dejaba llamarlo ‘El cosaco’ por un gorro que
usaba cuando trabajaba.
También practicó jardinería y horticultura en su casa de Grand Bourg, muy
cerca de París, por entonces una zona casi campestre. Allí se dedicaba junto a
sus nietas al cultivo de flores, plantas y hortalizas que abastecían a la
familia. Estaba muy atento a la llegada de la primavera luego de los hostiles
inviernos parisinos, temiendo por la suerte de sus cultivos”.
El abuelo
Merceditas “entró llorando en la habitación donde se encontraba el abuelo, lamentándose de que le habían roto su muñeca preferida y de que ésta tenía frío. San Martín se levantó, sacó del cajón de un mueble una medalla de la pendía una cinta amarilla y, dándosela a la nieta, le dijo: - Toma, ponle esto a tu muñeca para que se le quite el frío. La niña dejó de llorar y salió de la habitación. Un rato después entró la hija del prócer (madre de Merceditas), y dijo a San Martín: - Padre, ¿no se ha fijado usted en lo que le dio a la niña? Es la condecoración que el gobierno de España dio a usted cuando vencieron a los franceses en Bailén. San Martín sonrió con aire bonachón y replicó: - ¿Y qué? ¿Cuál es el valor de todas las cintas y condecoraciones si no alcanzan a detener las lágrimas de un niño?” (Fuente: Asociación Sanmartiniana).
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