lunes, 3 de junio de 2019

Martín Sheffield, el sheriff que “vio” un plesiosauro en la laguna de El Hoyo


Al pie del cerro Pirque, en el límite entre los ejidos de El Hoyo y Epuyén, hay una pequeña laguna que desde hace un siglo guarda el insondable misterio de un “monstruo” descubierto por Martín Sheffield, uno de los personajes más singulares que pisó la Comarca Andina.


Era un robusto norteamericano que al llegar a la cordillera, en 1899 y con una estrella de sheriff de Texas, se dedicó a buscar oro en los arroyos que descargan sus aguas en el río Chubut. En tal oficio le fue bastante bien: ya sea en pepitas o en polvo, lo que tenía en sus alforjas le permitió transformarse en protagonista principal de recordadas noches de juerga en El Bolsón, Ñorquincó y Esquel.
Sheffield era un tirador excepcional, ya sea con revolver o con su viejo y famoso fusil. Aquellas demostraciones solían tener los escenarios más diversos: podía armar un espectáculo que dejaba a todos asombrados o podía despedirse de un boliche a la madrugada dejando atrás lámparas, vasos y botellas destruidos a balazos, con esa habilidad nata que caracteriza a los recordados “cowboys” del cine. También le encantaba hacer caracolear su caballo con tiros de sus dos pistolas, aunque jamás llegó a lastimar al animal.
Su buen humor lo hacía animador principal de grandes fiestas y su mal humor lo llevó a protagonizar grescas descomunales, pero así y todo era un hombre querido por la mayoría de la gente de la zona.
Su fama de hombre rudo, al que no asustaban las inclemencias del tiempo, sumado a su baquía y conocimiento del campo patagónico, hicieron que no se realizara ningún viaje, ya sea científico o de cualquier índole, que no fuera guiado por él.
Semejante personaje no podía dejar de estar, al igual que la tierra que lo acogió, rodeado de un halo de leyenda, desde decir que era el mejor cazador y tirador que había pisado la Patagonia, hasta que era contratado por bandidos para desorientar a las partidas policiales que los perseguían. Todo era posible si se hablaba de Martín Sheffield.
Vaya a saber guiado por qué idea, un día del año 1922 se le ocurrió escribir una carta al director del Zoológico de Buenos Aires, Clemente Onelli, naturalista de bien ganada fama, conocedor de la Patagonia e integrante de numerosas expediciones por la región.
En detalle, le informaba sobre unas huellas grandes que habían aplastado el pasto de su puesto de cazador y que en algunas oportunidades había visto un gran animal que se sumergía en las aguas de la laguna, dejando una gran estela con su lomo. Si bien no daba grandes precisiones en su descripción, lo narraba como de gran cuello y cabeza pequeña (“como de cisne”).
Poco tiempo tardó Onelli en presumir que se trataba de un plesiosauro y menos en hacer conocer la carta que había recibido y proporcional a lo fantástico de la historia fue el revuelo que se armó.
Los diarios de la Capital tomaron la noticia de distintas maneras, pero no dejaron de publicarla. La Prensa y La Nación, trataron de darle a la información rigor científico; en cambio, los de oposición a Irigoyen (presidente de la República), decían que se trataba de “algún viejo político perdido por allí”.
De inmediato, diversos medios científicos internacionales mostraron decidido interés en hacerse del plesiosauro de Sheffield. Hasta el presidente norteamericano, Franklin Roosevelt,  mandó a decir que lo quería -o por lo menos “un pedazo”- y anunciaba la partida a la Patagonia de su compañero de caza en África, Edmund Heller.
También el museo de Historia Natural de Nueva York anunció que enviaría cinco comisiones a Sudamérica para dedicarse “a la búsqueda y posterior captura de animales de especies extinguidas”, a la vez que desde Filadelfia se decía que ya estaba a punto de partir hacia el sur argentino una expedición de naturalistas y que, en caso de ser capturado, el plesiosauro debía ser llevado a los Estados Unidos.
En tanto, en Buenos Aires el revuelo no era de menor dimensión: una dama de la sociedad porteña donó la suma de $ 1500 de esa época para el rastrillaje, mientras que el resto de las donaciones superó los $ 5000. Las “malas lenguas” aseguraban que “esa era la reacción esperada por Sheffield para poder cobrar una suculenta suma por guiar la expedición de Onelli”.
En un bar de El Bolsón (que por entonces tenía 91 habitantes -82% chilenos y el resto sirio libaneses y españoles-), se pintó “el bicho” en el fondo de los vasos. El desafío entre los parroquianos era “hasta ver el plesiosauro”.
Asimismo, las oficinas del director del Zoológico recibían desde “diseñadores de aparejos de caza especiales para plesiosauros”, hasta quienes querían vender su “estrategia infalible para la captura” o describían al animal como “guardián de los tesoros que buscaron los exploradores de Trapalanda”.
Entre las anécdotas, se cuenta que “dos jubilados escaparon del hospicio de Las Mercedes para luchar contra el monstruo”, mientras que el plesiosauro inspiró el nombre de un tango y una marca de cigarrillos.
Ese año, el tema se terminó constituyendo en una cuestión de estado. Al respecto, hubo documentos oficiales que llevaban el título de “instrucciones reservadas” (con membrete de la entonces Intendencia Municipal de la Capital), que consignaban “el objeto de constatar, por todos los medios posibles, y hasta con abnegación y sacrificios, la existencia posible de un animal desaparecido en los tiempos prehistóricos”. Aclaraba que “estas investigaciones hay que hacerlas de todas maneras: en el agua hasta con dinamita, en las cuevas y en el bosque”.
Se ordenaba que “el pesado trabajo de acechar y de la vigilia, debe ser hecho por turno y por dos personas de la expedición. Los restantes descansarán, como suele decirse, con el arma al brazo listos para cualquier alerta  y listas las pistolas de fuego y reflectores”.
Puntualmente, “los expedicionarios podrán entregarse tranquilos al sueño desde las 11 de la mañana hasta el anochecer, porque en esas horas jamás –dicen las versiones- se ha visto. Es más fácil cazarlo vivo que muerto; a este fin llevarán lazos fuertes de cogote de guanaco y lazos flexibles de cables de acero para reforzar la primera pialada feliz”.
“Su transporte será difícil pero no imposible, alargando atrás la caja de un camión y forrando este con la lona embutida de paja para evitar contusiones, equimosis y machucaduras. Se deben usar las armas que llevan solo en caso extremo y siempre las de mayor calibre y de proyectiles especiales. En este último caso, se debe por todos los medios evitar el tiro a la cabeza, pues esta es la pieza más importante del animal. Debe hacérsele dos, tres y más tiros en el pescuezo”, se indicaba en dicho instructivo.
Sin embargo, ya que estaban por la zona, los expedicionarios hicieron rastrilladas por varios lagos utilizando explosivos y cartuchos de gelinita, que aún se recuerdan.
Lo cierto es que poco a poco la historia se fue diluyendo. En los diarios de los Estados Unidos comenzaron a tomar el asunto en broma. Enterados de la enorme capacidad de los “farmer” de la Patagonia para beber ginebra y whisky, empezaron a decir que era “moneda corriente que vieran cualquier cosa”.
Onelli también fue perdiendo entusiasmo y comenzó a sospechar que había sido víctima de la frondosa imaginación de don Martín Sheffield, pero el científico romano no perdió su humor y escribió: “...la Patagonia aún conserva el ascendiente de lo misterioso, iniciado con esa raza de gigantes entrevistados por el toscano Pigafetta, compañero de Magallanes, continuando con los seculares relatos de la ciudad encantada en pos de la cual fuera el misionero Mascardi, mártir patagón; y luego el Meghaterium que Carlos III reclamaba por cédula real que se lo enviaran vivo o muerto. Hoy el problemático plesiosauro hace dirigir las miradas sobre la Patagonia, como ayer las hacia converger el esquivo Milodón. Yo, que le tengo mucha fe a la Argentina del Sur, sigo interesándome para que se conozcan sus valores”.
Casi 100 años después, al píe del enorme macizo del cerro Pirque, desde donde se ve transcurrir cristalino el río Epuyén  en su confluencia con el arroyo Pedregoso, por entre los juncos de la laguna del Plesiosauro nadan algunos cisnes. ¿Estará el  “monstruo” en su profundidades?..., historias de nuestro pago.

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