El historiador y periodista Juan Domingo Matamala falleció hace poco más de un año y hasta el último instante de su vida estuvo organizando un congreso binacional para poner en valor el simbolismo de la imagen de Nuestra Señora de Loreto, traída en el 1600 por el padre Nicolás Mascardi en su excursión evangelizadora hasta el lago Nahuel Huapi. “El templo fue quemado, pero la virgen se salvó y hace tres años que descubrimos que fue a parar a Achao, en Chiloé”, recordó en el paso El Manso, al que calificó como “la verdadera ruta de los Vuriloches, utilizada también desde 1670 por los primeros sacerdotes que cruzaron la cordillera”.
Precisamente, junto a un grupo de investigación, Matamala había anticipado la decisión de “entronizar en la frontera una réplica de la imagen de la virgen, en homenaje además a los pioneros que dieron nacimiento a El Bolsón y a todos los pueblos de la Comarca Andina. Nuestros abuelos fueron aquellos colonos, descendientes necesariamente también de aquellos otros que llegaron desde España, cuando en 1567 comenzó el proceso de conquista de Chiloé, fundándose la ciudad de Castro”.
Otra réplica exacta de Nuestra Señora de Loreto está entronizada en el altar mayor de la Catedral de San Carlos de Bariloche. Incluso, la semana pasada hubo una peregrinación que partió desde la iglesia patrimonial de Achao y llegó hasta Villa La Angostura, con la premisa de timbrar un pasaporte en cada comuna chilena y argentina sobre el camino a través del Paso Cardenal Samoré, una ruta “muy distinta a la utilizada originalmente por los curas que intentaron evangelizar a las tribus poyas y puelches que dominaban el territorio”, según se recordó.
Por estos días, en Villa La Angostura se ha lanzado la iniciativa de reeditar aquella historia como “Ruta de la fe” y ya han establecido una piedra fundamental en la bahía de Puerto Manzano para erigir otra réplica de la virgen. En el proyecto trabaja un grupo de mujeres vinculadas al turismo en el sur neuquino.
Cabe recordar que durante la década de 1670, la misión del padre jesuita Nicolás Mascardi hizo tres excursiones desde Chiloé hasta la zona de los actuales lagos argentinos y llegó luego al océano Atlántico, bautizando a 10 mil nativos hasta 1673, cuando murió asesinado por el cacique Antullanca, a la altura del paralelo 47°.
Precisamente, aquellos asentamientos pretendidos en la costa del lago Nahuel Huapi fueron destruidos en tres oportunidades por las tribus locales, aunque los cristianos sobrevivientes lograron salvar la imagen de la virgen, depositada de vuelta en el altar de Achao, una localidad chilota ubicada a 40 km de Castro, cuyo templo Santa María de Loreto es “Patrimonio de la humanidad”.
Trapalanda
En cuanto a la ruta utilizada por las primeras corrientes colonizadoras pretendidas por los españoles establecidos en Chiloé, en su búsqueda de la “Ciudad de los Césares” en la Patagonia argentina, el adelantado Juan Fernández descubrió por casualidad el lago Puelo en 1621.
“No hay que ser muy inteligente para darse cuenta que los pasos por El Manso o Puelo están a menos de 200 msnm; mientras que más al norte tendrían que trepar el cerro Tronador, misión prácticamente imposible durante buena época del año. Además, hay que calcular las distancias: desde Castro hasta El Bolsón, navegando el estrecho de Reloncaví, no hay más de 150 km; mientras que subir por Cochamó hasta la altura de Bariloche dista más de 500 km”, razonaba Matamala.
Presentes en la isla de Chiloe desde 1553, las avanzadas españolas supieron de “Trapalanda” de mano de las tribus huiliches que dominaban los canales. Estos pueblos originarios coexistieron con nómades del otro lado de la cordillera de los Andes, entre los que se contaban los poyas, quienes se asentaban al sur del lago Nahuel Huapi y sus dominios llegaban hasta las mesetas de los Chulilasken (tehuelches), a la altura de la actual localidad de Cholila.
Según quedó anotado en los libros de la conquista, la avanzada llegó hasta la desembocadura del río Puelo, en el estuario del Reloncaví, tras navegar el mar interior chileno en las dalcas de los chonos. Allí, Juan Fernández y sus tropas tomaron contacto con los poyas, en cuya compañía comenzaron a subir la cuenca. En plena selva valdiviana no debieron ser menores los inconvenientes para sortear cada obstáculo natural, pero el objetivo del oro y la plata prometidos superaron cada una de las contingencias.
En su tozudez, el adelantado y sus escasos soldados dieron finalmente con el lago Puelo, del que dieron cuenta en los relatos “por su incomparable belleza, su flora y su fauna circundante”, pero de “Trapalanda” ni noticias. Recién entonces se dieron por vencidos y decidieron retornar a Castro.
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