A la altura de Esquel y Trevelin, del lado chileno aparece
el pueblito de Futaleufú, visitado cada fin de semana por centenares de
chubutenses tentados por alguna compra de ocasión o para degustar la
gastronomía trasandina. Sin embargo, con la llegada de la primavera y los días
soleados, la propuesta es animarse a un viaje en auto y barco por los canales,
en medio de la fantástica selva valdiviana, para completar la ruta bimodal
turística entre Chaitén y Hornopirén. Incluso, la vuelta puede completarse por Puerto
Montt y Bariloche, un circuito de un par de días que le hará vivenciar en toda
su intensidad la Patagonia verde.
Lo primero es asegurarse el pasaje en el transbordador ya
que el servicio depende de una sola empresa y además es utilizado por los camiones,
micros y pobladores de varias comunidades del sur. La recomendación es hacerlo
vía on-line.
Desde Futaleufú hasta el Pacífico las vistas son
majestuosas. Son 80 km de ripio (bien mantenido) hasta Villa Santa Lucía,
bordeando los lagos Lonconao y Yelcho. Desde allí la ruta es asfaltada (pasando
por las termas de El Amarillo) hasta Chaitén (70 km), donde hay que detenerse
para disfrutar de unos buenos mariscos y recorrer la ciudad devastada por el
volcán en 2008. Es impresionante observar muchas de sus viviendas y edificios
públicos cubiertos aún por toneladas de arena y cenizas, donde el tiempo parece
haberse detenido. No obstante, sus habitantes se han recuperado y hoy ofrecen
buenos servicios turísticos.
Desde allí, son 60 km hasta Caleta Gonzalo entre nalcas y
helechos gigantescos, musgos y una vegetación exuberante, propia de los bosques
húmedos del sur de Chile. Siempre a la izquierda, el mar infinito y, cada
tanto, algún lago o laguna de agua dulce donde nadan los cisnes de cuello negro
y cantan los chucaos.
Antes de llegar al embarcadero aparecen unas cascadas
increíbles: hay que quedarse en silencio, escuchando el canto del agua entre
las piedras. Pronto tendrá la sensación de estar conversando con los duendes.
Ahora sí, ya acomodado el auto en la plataforma del
transbordador, comienza el tramo embarcado desde Caleta Gonzalo hasta fiordo
Largo (unos 25 minutos). Es aquí cuando el viajero tiene una primera sensación
de navegar por los canales del fin del mundo, cruzando el fiordo Reñihue, entre
imponentes paisajes de tupida flora nativa que visten las murallas de piedra
que componen este pasaje marítimo.
Una vez desembarcando, se debe realizar un viaje por tierra
de 10 kilómetros hasta Leptepu. Allí cambia el tamaño del barco y las
comodidades (tiene una amplia cafetería con sillones de cuero y miradores
vidriados, buenos baños y una terraza superior con vista a 180°) para disfrutar
a pleno las 4 horas de navegación hasta Hornopirén, capital de la comuna de
Hualaihué, considerada la “puerta norte de la carretera austral”.
A poco de soltar amarras, entre las olas aparecen jugando
los primeros delfines, mientras los lobos marinos saltan al agua desde las
rocas de la orilla. En tanto, miles de pájaros sobrevuelan la nave y se
zambullen buscando peces.
La barcaza permite apreciar en todo su esplendor la belleza
del fiordo Comau, flanqueado por altas montañas y escarpadas riberas, que
recibe además las aguas del río Vodudahue (a la altura de Cholila), cayendo con
gran estruendo al mar. A esta altura, los viajeros que hacen el recorrido por
primera vez, solo atinan –en total silencio– a gatillar sus fotos una y otra
vez, teniendo la impresión lógica de “haber entrado al edén”.
En el sector norte, ya cerca de la caleta Pichanco, se pasa
frente a los centros termales a los que solo se accede embarcado. La mar recibe
las aguas del fiordo Quintupeu y un poco más al sur del fiordo Cahuelmó, que
penetran kilómetros hacia la cordillera de los Andes y dejan lugar a la imaginación
para otras aventuras.
Por allí, desde los ventisqueros eternos que coronan las
cumbres se desploman enormes ríos de espuma blanca, contrastando con el bosque,
hasta caer al mar azul, mientras la motonave sigue dibujando el borde costero.
Cada tanto, una aldea de pescadores con sus lanchas típicas o el vapor de una
terma aportan su toque de color al viaje.
Al fondo, los volcanes Michimahuida, Chaitén, Hornopirén y
Yate, sobresaliendo de la cordillera que marca la frontera con Argentina. Hacia
el océano, a la distancia, se observa la isla grande de Chiloé.
Las 33 millas náuticas (unos 61 kilómetros) están prontas a
culminar. La entrada a la bahía de Hornopirén pinta el colorido de las barcas
pescadoras en los muelles, el campanario de la iglesia y la costanera con sus
glorietas y bancos de madera.
Como las emociones de la jornada fueron muchas, la
recomendación es buscar alojamiento en este encantador pueblito costero de
3.000 habitantes. Hay buena hotelería, cabañas y hospedajes, además de varios
restaurantes donde los lugareños se desviven para agasajar a los visitantes con
su gastronomía marina. Es espectacular la merluza austral, además del salmón
rosado y las pailas de mariscos con sus choritos, cholgas, navajuelas, piures,
locos, machas y picorocos.
Si queda tiempo, la comuna de Hualaihué tiene múltiples
atractivos para dedicarle atención, con más termas, el Parque Nacional
Hornopirén, cascadas y lagos.
La salida de vuelta hacia Argentina también se puede hacer
por las localidades chilenas de Río Puelo y Cochamó (frente a El Bolsón) y
desde allí a Entre Lagos y Villa La Angostura.
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