lunes, 14 de octubre de 2019

Navegando entre fiordos, selva valdiviana y ríos que caen al mar


A la altura de Esquel y Trevelin, del lado chileno aparece el pueblito de Futaleufú, visitado cada fin de semana por centenares de chubutenses tentados por alguna compra de ocasión o para degustar la gastronomía trasandina. Sin embargo, con la llegada de la primavera y los días soleados, la propuesta es animarse a un viaje en auto y barco por los canales, en medio de la fantástica selva valdiviana, para completar la ruta bimodal turística entre Chaitén y Hornopirén. Incluso, la vuelta puede completarse por Puerto Montt y Bariloche, un circuito de un par de días que le hará vivenciar en toda su intensidad la Patagonia verde.


Lo primero es asegurarse el pasaje en el transbordador ya que el servicio depende de una sola empresa y además es utilizado por los camiones, micros y pobladores de varias comunidades del sur. La recomendación es hacerlo vía on-line.
Desde Futaleufú hasta el Pacífico las vistas son majestuosas. Son 80 km de ripio (bien mantenido) hasta Villa Santa Lucía, bordeando los lagos Lonconao y Yelcho. Desde allí la ruta es asfaltada (pasando por las termas de El Amarillo) hasta Chaitén (70 km), donde hay que detenerse para disfrutar de unos buenos mariscos y recorrer la ciudad devastada por el volcán en 2008. Es impresionante observar muchas de sus viviendas y edificios públicos cubiertos aún por toneladas de arena y cenizas, donde el tiempo parece haberse detenido. No obstante, sus habitantes se han recuperado y hoy ofrecen buenos servicios turísticos.
Desde allí, son 60 km hasta Caleta Gonzalo entre nalcas y helechos gigantescos, musgos y una vegetación exuberante, propia de los bosques húmedos del sur de Chile. Siempre a la izquierda, el mar infinito y, cada tanto, algún lago o laguna de agua dulce donde nadan los cisnes de cuello negro y cantan los chucaos.
Antes de llegar al embarcadero aparecen unas cascadas increíbles: hay que quedarse en silencio, escuchando el canto del agua entre las piedras. Pronto tendrá la sensación de estar conversando con los duendes.
Ahora sí, ya acomodado el auto en la plataforma del transbordador, comienza el tramo embarcado desde Caleta Gonzalo hasta fiordo Largo (unos 25 minutos). Es aquí cuando el viajero tiene una primera sensación de navegar por los canales del fin del mundo, cruzando el fiordo Reñihue, entre imponentes paisajes de tupida flora nativa que visten las murallas de piedra que componen este pasaje marítimo.
Una vez desembarcando, se debe realizar un viaje por tierra de 10 kilómetros hasta Leptepu. Allí cambia el tamaño del barco y las comodidades (tiene una amplia cafetería con sillones de cuero y miradores vidriados, buenos baños y una terraza superior con vista a 180°) para disfrutar a pleno las 4 horas de navegación hasta Hornopirén, capital de la comuna de Hualaihué, considerada la “puerta norte de la carretera austral”.
A poco de soltar amarras, entre las olas aparecen jugando los primeros delfines, mientras los lobos marinos saltan al agua desde las rocas de la orilla. En tanto, miles de pájaros sobrevuelan la nave y se zambullen buscando peces.
La barcaza permite apreciar en todo su esplendor la belleza del fiordo Comau, flanqueado por altas montañas y escarpadas riberas, que recibe además las aguas del río Vodudahue (a la altura de Cholila), cayendo con gran estruendo al mar. A esta altura, los viajeros que hacen el recorrido por primera vez, solo atinan –en total silencio– a gatillar sus fotos una y otra vez, teniendo la impresión lógica de “haber entrado al edén”.
En el sector norte, ya cerca de la caleta Pichanco, se pasa frente a los centros termales a los que solo se accede embarcado. La mar recibe las aguas del fiordo Quintupeu y un poco más al sur del fiordo Cahuelmó, que penetran kilómetros hacia la cordillera de los Andes y dejan lugar a la imaginación para otras aventuras.
Por allí, desde los ventisqueros eternos que coronan las cumbres se desploman enormes ríos de espuma blanca, contrastando con el bosque, hasta caer al mar azul, mientras la motonave sigue dibujando el borde costero. Cada tanto, una aldea de pescadores con sus lanchas típicas o el vapor de una terma aportan su toque de color al viaje.
Al fondo, los volcanes Michimahuida, Chaitén, Hornopirén y Yate, sobresaliendo de la cordillera que marca la frontera con Argentina. Hacia el océano, a la distancia, se observa la isla grande de Chiloé.
Las 33 millas náuticas (unos 61 kilómetros) están prontas a culminar. La entrada a la bahía de Hornopirén pinta el colorido de las barcas pescadoras en los muelles, el campanario de la iglesia y la costanera con sus glorietas y bancos de madera.
Como las emociones de la jornada fueron muchas, la recomendación es buscar alojamiento en este encantador pueblito costero de 3.000 habitantes. Hay buena hotelería, cabañas y hospedajes, además de varios restaurantes donde los lugareños se desviven para agasajar a los visitantes con su gastronomía marina. Es espectacular la merluza austral, además del salmón rosado y las pailas de mariscos con sus choritos, cholgas, navajuelas, piures, locos, machas y picorocos.
Si queda tiempo, la comuna de Hualaihué tiene múltiples atractivos para dedicarle atención, con más termas, el Parque Nacional Hornopirén, cascadas y lagos.
La salida de vuelta hacia Argentina también se puede hacer por las localidades chilenas de Río Puelo y Cochamó (frente a El Bolsón) y desde allí a Entre Lagos y Villa La Angostura.


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