Por la pandemia, será un 18 de septiembre distinto para la comunidad chilena de la Comarca Andina. Sin ánimos para bailar una cueca o brindar con chicha en cacho “porque hay muchos hermanos que están sufriendo”, el acto en la plazoleta República de Chile se limitará a entonar las estrofas de los himnos patrios e izar las banderas, con la presencia de las autoridades comunales y los descendientes de los colonos que llegaron a los valles cordilleranos para formar las actuales comunidades de El Manso, El Bolsón, Lago Puelo, El Hoyo, Epuyén, Cholila y El Maitén.
“Los primeros habitantes permanentes
de nuestra región fueron los pioneros chilenos. Ganaderos, carpinteros,
albañiles y panaderos que nos dieron esta identidad que hoy mostramos con
orgullo”, recordó el intendente Bruno Pogliano.
El “Roto” Alfonso Díaz Barría y su
esposa Silvia Vallejos se conocieron acá y son el reflejo de los inmigrantes
trasandinos que no pierden sus tradiciones con el correr del tiempo. Llegar a
su casa en el barrio Usina es ingresar a un túnel donde van apareciendo
elementos que transportan al visitante a cualquier pueblo del otro lado de la
frontera: una puerta cancela con bisagras y albardón de hierro forjado; la
chimenea siempre encendida; los sillones y los muebles de madera rústica
fabricados por ellos mismos. Por sobre todo, los aromas de la cocina que se
traducen en las empanadas campesinas picantes, las sopaipillas o las cazuelas
de ave con recetas heredadas de la abuela.
Silvia Vallejos nació en la pequeña comuna de Máfil, en la provincia de Valdivia, y llegó a El Bolsón hace 38 años. Sus recuerdos de la casa natal para las fiestas patrias la remontan a "cuando se carneaban los corderos. Mi abuela nos levantaba temprano y nos hacía vestir para la ocasión. En la escuela tocaba la banda y nos preparábamos para ir al desfile. Después volvíamos para compartir los asados y festejar bailando con la familia y los vecinos”.
En el mismo colegio, “nos enseñaban a
bailar la cueca y todas las danzas folklóricas. Cuando conquisté a mi marido
con la guitarra le hice un repicado muy antiguo”, bromea.
“Nunca me arrepentí de haber venido a
El Bolsón –asegura-. Esta comunidad nos permitió crecer como familia y nunca
nos faltó el trabajo”.
Ramadas
A su lado, Alfonso Díaz (natural de Puerto Montt), evoca que “para el 18 de septiembre bajábamos a las ramadas de la costanera, pero antes nos preocupamos por la pinta. En esos lugares se hacían los juegos típicos, como la carrera en sacos o el palo ensebado. Se bailaba cueca dos o tres días seguidos con músicos de acordeón y guitarra y no faltaba la chicha de manzana. Los viejos empezaban a tomar el 16 o 17, se curaban y los carabineros se los llevaban. Los soltaban cuando terminaban las fiestas patrias. Después, cuando les preguntaban, decían que habían estado guardados por chichita nada más”.
Con todo, reconoce que “aprendí a bailar la cueca cuando llegué a El Bolsón, de adolescente participaba en campeonatos de tweets y rock and roll. Todavía tengo la camisa bordada”, se ríe.
De igual modo, en sus recuerdos de
infancia aparecen “los largos viajes en lancha hasta la isla de Chiloé que
hacía con mi padre, donde salíamos a la playa a preparar algún curanto con
pescados y mariscos. Son los olores y sabores que uno guarda para siempre. En
el pueblo, con luna llena, la marea baja bastante, así que era común bajar a
mariscar. Un cuchillo y un limón alcanzaban para tener un verdadero banquete”.
Enseguida, de un aparador saca un
trompo y un balero artesanal: “Guardo estos juegos tradicionales para
mostrarlos a las nuevas generaciones. Eran juguetes sanos. Ahora es tiempo de
enseñarles a los tres nietos (Florencia, Daniel Benjamín y Ameli) que nos
regalaron nuestros hijos Santiago y Ana Belén”.
Oficios
Alfonso Díaz llegó a El Bolsón en el año 1977, cuando “era un pueblito muy chico donde todos nos conocíamos. Por esos años, y aún antes, a los trabajadores chilenos nos tocó construir la mayoría de las ciudades patagónicas argentinas, porque fuimos los albañiles, carpinteros y gente de múltiples oficios los que pusimos el pecho y las manos al frío del invierno y al calor del verano para levantar los edificios públicos, las iglesias y barrios enteros”, graficó.
Embajadores culturales
Con el tiempo, entre su trabajo en
una farmacia y su pasión por las artes marciales, Alfonso también dedicó parte
de su tiempo a formar un grupo folklórico -siempre acompañado de su esposa y
otros compatriotas-, y fueron verdaderos embajadores culturales del canto y los
bailes del sur de Chile por todas las fiestas regionales.
De antaño, rememoran además “aquellas ramadas en la bloquera de don Tani Muñoz, donde se cruzaban las banderas argentina y chilena, se carneaba un novillo y se bailaba en familia toda la noche”.
Otro de los baluartes de la
colectividad trasandina “fue don Bernardino Rubilar, un excelente carpintero
llegado desde Puerto Montt. En mi casa conservo una bandera hecha
artesanalmente en esos años, que pienso entregar al pueblo de El Bolsón cuando
haya un museo”.
En coincidencia, el matrimonio sigue ejerciendo hasta el presente una suerte de consulado ad honorem, preocupados por "cualquier trámite o gestión que necesite un chileno residente en la zona o que vaya en viaje. Un baluarte fundamental en esto es el cónsul nuestro en Bariloche, Diego Velazco, siempre dispuesto a dar una mano”, recalcaron.
En otros tiempos, “traían engañados a algunos compatriotas, prometiendo cosas que después nunca se cumplían. Les ofrecían alojarlos en cabañas, pero una vez acá los metían al bosque en un galpón y eran poco menos que esclavos. Injusticias que me tocó defender, aunque algunos se enojaran”, rememoró Díaz Barría. (Por Fernando Bonansea).
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