“En lugar de estar hablando de mega minería, los chubutenses
debiéramos ocuparnos en poner en valor el enorme corredor turístico, único e
incomparable, que va desde Las Plumas hasta Piedra Parada, paralelo al río
Chubut, que seguramente atraerá las miradas del mundo entero”, reclaman los
pobladores de la Meseta Central.
Los Altares tiene el misterio de sus formaciones rocosas
erosionadas por el viento y sus pinturas rupestres del siglo X, testimonio del
paso de las antiguas tribus. Hace pocos años fue declarada área natural
protegida en el marco de una acción “íntimamente vinculada con el cuidado y la
conservación del patrimonio histórico, porque es un lugar para recorrer y
conservar en un escenario natural fantástico, caracterizado por rocas de
arenisca que presentan diferentes franjas rojizas y se encuentran divididas por
la erosión del agua y el viento, erguidas como monumentos megalíticos naturales
que siguen el curso del río Chubut”.
Con todo, el desafío a futuro debiera estar “en lograr el
interés de los inversionistas para dotar al destino de los servicios de nivel
que demanda el perfil de visitantes que se pretende atraer”, incluyendo
hotelería, gastronomía y excursiones de aventura radicadas en los pueblos
aledaños, con la premisa de generar empleo genuino para los lugareños.
De entrada nomás da la sensación de estar en el Valle de los
Muertos, en el antiguo Egipto, donde los caprichos de la naturaleza –durante
millones de años– fueron tallando esculturas, merced a la erosión del viento,
que asemejan pirámides, animales mitológicos o templos a los más variados
dioses.
Entonces, el contraste es notable: el curso hídrico se mete
literalmente en la estepa, flanqueado por enormes farallones que adoptan formas
y colores tan disimiles como la imaginación del viajero. Enseguida, el mismo
trazado de la ruta invita a viajar en el tiempo, con formaciones rocosas que
imitan gigantescos altares en medio de un paisaje lunar y que ofrece a cada
paso increíbles vistas panorámicas de inigualable belleza. De tonalidad rojiza
intensa, la foto obligada está en El Submarino. Un poco más adelante –detrás de
los álamos de una estancia, las ovejas y el verde mallín–, El Titanic; a la
derecha –una tras otra– Las Catedrales, Los Leones, El Castillo y cuanta figura
se le ocurra.
La historia detalla que este mismo recorrido era el usual
que realizaban los pueblos tehuelches para establecerse sobre las costas
durante los inviernos y retornar a la cordillera durante el verano, siempre
bordeando el río Chubut como única fuente segura de agua y animales cercanos
para la caza. Los primeros exploradores blancos que se animaron a surcar
semejante derrotero (unos 15 días a caballo), fueron los galeses. Alentado por
el cacique Huisel, John Daniel Evans hizo la travesía en 1885 con el gobernador
Fontana en la expedición de Los Rifleros del Chubut, que más tarde abrió el
camino para la colonización definitiva y la fundación del valle 16 de Octubre.
Hacer el recorrido desde Esquel hasta Trelew (las dos
ciudades cabeceras) implica unas 6 horas de marcha por la ruta 25, dejándose
cautivar por el embrujo de las distancias infinitas, las bardas y riscos, el
río y las matas negras tan características de la estepa patagónica.
En medio, asoman parajes de nombres tan singulares como
Cajón de Ginebra Chico y Cajón de Ginebra Grande, con restos de antiguos
almacenes de ramos generales donde se abastecían los arrieros; Pampa de Agnia
(hubo una estación de servicio del ACA hasta los años ‘80); El Molle (desvío de
camino hacia Gobernador Costa); Pocitos de Quichaura (cantera de áridos
negros); Alto Las Plumas (última estación de un frustrado ferrocarril hasta las
estribaciones andinas) y Las Chapas (acceso al dique Florentino Ameghino).
Pero no es la única sorpresa para el viajero: en Paso de
Indios hay que animarse a tomar la ruta provincial 12, hasta Paso del Sapo y
Piedra Parada con el Cañadón de la Buitrera, lugares naturales con una gran
riqueza geológica y con los vestigios de una erupción volcánica producida hace
50 millones de años que “se convirtieron en un lugar mágico que brinda una
experiencia única en su tipo en toda la Argentina”, valoran.
En esas paredes de 150 metros existen rutas de escalada y
cuevas que son el hábitat de aves, reptiles y roedores locales, como el
chinchillón, junto a los jotes que se encargan de limpiar la zona de toda
carroña. También en el cañadón se pueden encontrar muy fácilmente fósiles de
una gran diversidad de flora y fauna prehistóricas, troncos petrificados,
además de impresionantes formaciones rocosas, producto de la erosión.
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