Su enorme figura quedó enmarcada en la puerta de entrada del
bar “El Zorzal”, en los suburbios de El Bolsón. Guitarra en mano, fue saludando
a los paisanos acodados en el mostrador y no pasó mucho rato hasta que Abelardo
Epuyén González comenzó a cantar sus propios temas, dueño de un vozarrón profundo
y melodioso y haciendo sonar el diapasón con sus enormes dedos, que terminaron
por darle un estilo muy particular al folklore cordillerano.
“En mi vida peregrina salí del Neuquén. /Por la costa
de los lagos/ llegué hasta la playa del lago Epuyén. /Con el grito de las gualas/solía despertar/ y el alba me sorprendía/ contemplando el manso verdor
forestal”.
“Pinocho” (tal como se lo conocía popularmente), fue el
creador de una estirpe de trovadores patagónicos que ha trascendido hasta
nuestros días. Entre las décadas del ‘60 y ‘70, compuso alrededor de cien
canciones con letra y música de su autoría, con ritmos de loncomeos, cuecas,
estilos, zambas, gatos y chacareras. Su trayectoria solo es comparable a otros
pioneros, de la talla de Marcelo Berbel, Hugo Giménez Agüero o Lito Gutiérrez,
aunque él fue el primero en marcar la huella y dar a conocer al país los
paisajes y costumbres del sur.
“Vámonos perrito blanco/al chancho hay que vencer/debe ser barraco
grande, y colmilludo tal vez.../En aquel coihual tupido/el chancho debe dormir y si se ha ido más lejos/ igual lo hemos de seguir.../Sígalo, sígalo...”
Abelardo Epuyén González nació el 27 de noviembre de 1929,
precisamente en la localidad chubutense que aportó su segundo nombre, y dejó de
existir a los 49 años en Bariloche, el 11 diciembre de 1978, mientras estaba
cumpliendo una condena por homicidio (producto de su afición al alcohol). El
día previo, convenció a su carcelero para que le consiga un capón: “Lo guisó y
convidó a todos. Se dio el gran atracón, pero su corazón no aguantó... Y el
alma de aquel guitarrero, surero de ley, volvió a ser libre. Sus canciones
sobrevivieron la tragedia; muchos años después, se reinventan a sí mismas y
siguen en la tarea de sumarle belleza a la cordillera”, anotó su biógrafo, Christian
Valls.
Sus restos descansan en el cementerio del lago Epuyén y la
plaza del pueblo lleva su nombre. Un gran cuadro con su figura y la letra de
“Zamba de los lagos” preside el despacho del intendente Antonio Reato. Para el
común de los vecinos, perdura en el recuerdo porque “siempre fue uno más como
nosotros. Sabía alambrar, arriar hacienda, jabalicear, sembrar y sobre todo
guapearle a la vida, como lo hace todo hombre de campo por estos pagos”.
“Arroyo de mi pago / de agüita clara / que la lluvia y la
greda / la vuelven baya.
Que perduren las nieves / que te alimentan / temo que si te faltan / me olvide ella...”.
Que perduren las nieves / que te alimentan / temo que si te faltan / me olvide ella...”.
Cuentan los viejos pobladores de Epuyén que Abelardo "aprendió
a tocar la guitarra a los 14 años y se largó a transitar los caminos de la
región”. Al principio, “su repertorio se conformó de rancheras y milongas y su
ámbito de actuación eran las señaladas, casamientos y fiestas camperas, hasta
donde llegaba en su caballo y acompañado de algún otro lugareño que lo acompañaba con el
acordeón”. Con el tiempo, llegarían los
versos propios, la poesía en formato de cueca, zamba y otros ritmos.
Todavía algunos hacen gala de conservar el único disco que
grabó en 1965, con cuatro de sus temas más conocidos: “Cazando jabalí”,
“Tropeando penas”, “Mi arroyo” y “Zamba de los lagos”. Sin embargo, hay quienes
aseguran que también grabó un “larga duración” de 12 temas, pero que “nunca
pudo editarse porque la burocracia de SADAIC se convirtió en una barrera
infranqueable”.
Por aquellos años, tenía exitosas presentaciones populares
en festivales por Esquel, Comodoro Rivadavia y Trelew. Incluso, llegó a tocar
en peñas de renombre en Buenos Aires (El Rancho de Fernando Ochoa, El Palo
Borracho y El Hormiguero), cuando “el folklore patagónico era casi un secreto”.
Se hizo amigo de Jorge Cafrune (trabajó un tiempo en su campo en la provincia
de Buenos Aires) y de Horacio Guaraní, quien le abrió las puertas en los
principales sellos discográficos.
Otros temas conocidos que aún siguen interpretando sus
cultores en cada rincón cordillerano, incluyen “Quimey tripantu”; “El
chiverito”; “La gualjainera”; “Respirando tierra” y “Mi zaino negro”, además de
“Damajuana de 10”, que refleja la picardía criolla en una anécdota donde una
crecida del río Epuyén terminó por llevarse el envase con el vino comprado en
un boliche de la zona.
Con todo, el reclamo de las nuevas generaciones de
folkloristas apunta a que las autoridades “no dejen perder las tradiciones. Estamos
orgullosos de nuestra identidad, con raíces muy profundas sembradas hace más de
un siglo por los pioneros. Son cosas que un niño cordillerano bien nacido
debiera aprender en la escuela. Luego, los propios municipios debieran sostener
talleres donde se enseñe a tocar la guitarra y el acordeón, donde los maestros
difundan el cancionero de Abelardo Epuyén, Poli Rosales, Pedro Santa Cruz.
Entonces, tendremos cultura para rato”.
(Por Fernando Bonansea).
Qué belleza nuestra música patagónica, en imprescindible difundirla por las redes con más fuerza!!! Nuestra cultura vernácula lo necesita!!! No debemos olvidar a poetas como Abelardo Epuyén.
ResponderBorrarExcelente aporte, Gracias por compartirlo.
ResponderBorrarFelicitaciones por el blog. Omar Cerieldín me lo hizo conocer. Yo difundo mucho la música de Don Abelardo en mi programa Nuestro Canto (por él y por los numerosos cultores de sus composiciones). Y voy leer su publicación al aire el día de mañana. Nuestro Canto se difunde por Radio Show Roca los sábados de 9 a 11 de la mañana.
ResponderBorrarAtentamente
Julio Carmona